Los electores españoles se deben haber vuelto locos. Han votado mal, muy mal, requetemal. Así es imposible sacar adelante un gobierno. Mariano lo ha visto claro desde el principio. Si los demás quieren que vengan a su puerta a llamar y acepten que ha ganado con claridad las elecciones. Pedro se ha empeñado en conformar unas mayorías imposibles que no tienen viso alguno de poder hacerse realidad, por más intentos que haga. Pablo quiere un gobierno a su medida, con vicepresidencias y competencias a la carta y acusa a Pedro de intentar una poligamia inaceptable. Albert se junta con Pedro, pero no tolera la relación que éste pudiera tener con Pablo y preferiría que el trío se lo montase con Mariano y con él mismo.
Esta es la extraña comedia en la que unos votantes irresponsables han metido a nuestros principales actores de reparto. De forma que no queda otra que volver a iniciar la representación y que el público en general vuelva a comprar entradas y repartir cartas. El director de la obra bastante tiene, el pobre, con los líos de familia que le traen por la calle de la amargura. Que si su hermana, que si su tía, que si el pasado tortuoso de su padre, que si las amistades peligrosas. Como para intentar poner orden en la escena y en las tablas.
Así es como ha comenzado la procesión de la lechera. Todos con su cántaro de promesas a cuestas, de nuevo, camino del mercado electoral. Ya piensa Mariano que los votos que le quitó Albert volverán de nuevo al redil, aunque prefiere olvidar que hasta los suyos preferirían cambiar de lechera. Y piensa Albert que su sentido de estado y de pactos de centro derecha será justamente recompensado. Las encuestas así se lo dicen por doquier y él quiere así creerlo, aunque bien sabe que ya una vez le dieron mucho y todo quedó en bastante menos, porque las encuestas se realizan al mejor postor, como todo el mundo sabe.
Y calcula Pedro que su esfuerzo por sumar se verá recompensado y mantendrá el tipo y el liderazgo entre los suyos. Y calcula Pablo que esta vez su amigo Alberto, que no hay que confundir con Albert, libre ya de las cargas del tribuno Cayo, le va a poner en bandeja el sorpasso, tan anhelado por las divididas huestes a la izquierda de Pedro, desde los inmemorables tiempos del califato de Córdoba.
Y prefieren todos ignorar, hombres como son, que la vida está en manos de mujeres como Susana, Inés, Begoña, Cristina, Ada, Mónica, Teresa, Manuela, o Alexandra que andan ya navegando por las mareas. Y que, además, el pueblo es tozudo en sus desaciertos y lo mismo decide ponerles en el mismo sitio de partida, cántaro arriba, cántaro abajo. Entonces, a ver quien vuelve a sentarse en una mesa, a intentar hacer lo que el cuento de la lechera les impidió acordar ahora. Pero eso será ya otro cuento.
Pero eso será